Fernanda Godoy
Esta no es la primera vez que vivo en Estados Unidos. Llegué a Nueva York en el lejano año de 1993, periodista de corta historia y muchas dudas. En la incertidumbre que me rodeaba, me agarraba a mis conocimientos de la lengua inglesa, herencia de largos años de estudio y de la inolvidable experiencia de vivir en las tierras de la "Pérfida Albion", refugio de las almas reprimidas del mundo. Así es que, al llegar a EEUU en los 90, me reconecté al inglés como por magia. Se había roto mi bonito acento británico, pero mi inmersión en el mundo anglo mantenía su curso.
Vuelvo a Brasil y me pongo a estudiar español, un poco por casualidad, una decisión como tantas que nos llevan por caminos misteriosos. Me atrapan en el Instituto Cervantes de Río. Conozco a gente que me enseña otras miradas, y como alguien a quien le gusta hablar y escribir, me asalta la curiosidad. Me veo viajando a Perú, a Chile, a Argentina, a España (por supuesto), a Cuba, "con mucho amol" (*), (¡vaya manera de pronunciar el idioma de Cervantes!).
Llegamos al año 2010. Vuelvo a EEUU y encuentro el español dueño de su puesto de segunda lengua, no solo en Miami o Los Ángeles, sino en Nueva York: está en todos los carteles en el metro, en los paquetes en el supermercado, en los cajeros, en los insoportables contestadores automáticos: "Press 1 for English; oprima 2 para español". Y pese al horror que la palabra "oprima" me despierta, elijo el número 2, por el sencillo placer de encontrar a alguien que no me pida para deletrear mi nombre.
Y es cuando noto que el español ya es mi segunda lengua. No la del país, sino la de Fernanda, a quien le gusta saludar a los dominicanos en las tiendas, bromear con los mexicanos que hacen la colada, y hasta cotillear con la manicura ecuatoriana.
Me hace gracia notar, en las charlas de las chicas que van por las calles de NY, qué expresiva es la lengua española, y cómo esa expresividad les sale "de puta madre", les sienta tan natural, tan lejos de la artificialidad que salta de las estadounidenses, "oh-my-G-O-D!!!!!!"
¿Será la influencia de mis amigas españolas, una en particular, maravillosa conversadora, agregadora de palabras y emociones?
Lo que pasa, y que os puedo contar, es que, de hablar español, me siento ahora parte de esa inmensa comunidad latinoamericana en EEUU, de una manera tan fuerte que nunca lo podría suponer, sin haber venido. Pero no, todavía me resisto, a punto de inscribirme como "hispana" en el formulario para el "social security card".
Hay algo en mi alma brasileña que siempre me hará estar un poco “desparramada" por el mundo, sin filiación hispana que me acompañe.
Además, antes de que me encontrara de cara con ese formulario, ya había encontrado a Javier Bardem hablando portugués y bailando al ritmo de canciones de João Gilberto en el cine, ¡así es que el español ya no me importa tanto!
Sorry!
(*) En Cuba, la 'r' se pronuncia 'l de manera coloquial.
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