jueves, 25 de noviembre de 2010

Impresiones sobre María Lejárraga e Hildegart Rodríguez

Bianca Stamato

María Lejárraga nació en 1874 en España y murió en 1974 en Argentina pocos meses antes de cumplir cien años. Su vida pública y personal fue muy intensa. Además de ser ensayista, feminista, socialista y una de las primeras diputadas españolas, sufrió un calvario durante su matrimonio con Gregorio Martínez Sierra, figura muy importante del modernismo español. Tras la boda la pareja vivió siempre gracias al trabajo de María que era maestra y escritora.

Según dicen, María incluso escribía las obras firmadas por su marido, como Canción de cuna. No obstante, él no le era fiel a su esposa y mantuvo una relación amorosa con la actriz Catalina Bárcena, a la que impuso por delante de su mujer. María solo dejó a su marido cuando Catalina dió a luz a una hija de él. Incluso cuando ya estaba viviendo en Francia, separada de su marido, María continuó escribiendo textos que firmaba Gregorio, que para colmo no le pagaba lo que merecía por su trabajo. En 1952 María publicó una autobiografía titulada Gregorio y yo, en la que explica las razones de su sumisión al marido: la familia; el trabajo y el amor.

Otro personaje impresionante del feminismo español fue Hildegart Rodríguez, joven prodigio que fue asesinada por su propia madre, Aurora Rodríguez, que no aceptó que su hija se convirtiera en una mujer verdaderamente libre. A pesar de que Hildegart había sido educada para ser una mujer excepcional y adelantada a su tiempo, en verdad era un pelele en las manos de su madre megalomaníaca.


Su madre la amaestró desde niña para que fuera un genio. Antes de cumplir tres años ya leía y escribía; a los ocho hablaba cuatro idiomas. A los catorce años se lanzó a la vida pública e ingresó en las Juventudes Socialistas y a los diecisiete ya había terminado la Facultad de Derecho. Su vida era una gran promesa pero expiró prematuramente debido a la locura de su madre que la mató fríamente para que no se marchara a vivir con su novio.

Las distintas historias de estas dos mujeres extraordinarias tienen puntos en común que nos revelan la situación de inferioridad en la que se hallaba el sexo femenino a fines del siglo XIX e inicios del siglo pasado.

Las mujeres en general estaban castradas social y culturalmente aunque ya se esbozaba un movimiento feminista. El rol que las mujeres desempeñaban en la sociedad seguía siendo el de la maternidad por encima de todo. Por ello, las chicas eran amaestradas para vivir a la sombra de los hombres, quienes les debían proveer de existencias.

Es necesario recordar que hasta las décadas de 20 y 30 del siglo pasado las mujeres no tenían derechos políticos ni tampoco derechos civiles en igualdad con los hombres, pues las mujeres casadas eran “relativamente capaces” para los actos de la vida, según la mayoría de los Códigos Civiles occidentales de antaño.

La psique de las mujeres modernas fue tallada por siglos de opresión a través de la cultura machista que les imponía absoluto respeto a la figura patriarcal. Utilizando la retórica de Freud, el superego femenino era externo, provenía de los machos, que tenían poder ilimitado sobre sus vidas. La mujer era vista como un ser incompleto, inmaduro, irracional, susceptible a pasiones devastadoras, por eso debía sujetarse al mando del pater familias.

Las mujeres, de niñas, aprendían que no tenían medios para gestionar sus propias vidas y que era más seguro vivir con un hombre, según el lema: “malo con él, aun peor sin él”. Un ejemplo de la catequesis machista son los cuentos de hadas, donde el príncipe siempre salva a la indefensa princesa de la bruja, que era la mujer que osaba decidir su propio destino. Las novelas del siglo XIX retratan bien la total dominación a que estaban (y debían estar) sujetas las mujeres para su propio bien. El ícono ideológico de esta mentalidad es la célebre novela Madame Bovary de Flaubert, la obra maestra del género.

En ese contexto, no es difícil entender la paradoja en que se hallaban las mujeres que intentaban cambiar y determinar sus destinos con sus propias manos. Deseaban ser libres, sin embargo no conocían un modelo distinto de aquel en que vivieron, es decir, solo sabían vivir como colaboradoras, guiadas por un jefe y no como protagonistas. Entonces, les quedaba elegir: o contentarse con desempeñar un papel secundario, - como María Lejárraga, Simone de Beauvoir, y tantas otras aún más tarde -, o aventurarse por el territorio desconocido de la lucha por la libertad irrestricta, transitando muchas veces por lo grotesco, como experimentó Hildegart Rodríguez.


A mí, que soy una mujer del siglo XXI, no me suena tampoco raro que las mujeres, aunque cultísimas y extraordinarias, sigan sufriendo debido a esta paradoja entre libertad y seguridad, entre la búsqueda de autodeterminación y la comodidad de la protección. Es que al fin y al cabo, el cambio del rol femenino es muy reciente. Los fantasmas y los tabúes aún son los mismos que los de nuestras heroínas.

*

Puedes conocer más sobre María Lejárraga en el documental Mujeres de la Historia y sobre Hildegart Rodríguez en Caso Abierto y en el blog Desde Río de Janeiro. Leer más...

jueves, 18 de noviembre de 2010

El perdón y la reconciliación en Nelson Invictus Mandela

Daniella Wagner

Un hombre que escogió el camino del perdón y de la reconciliación y consiguió unir a un pueblo dividido durante tantos años por el odio y la indiferencia.

Un hombre que, tras pasar 27 años preso por su lucha en contra del apartheid, es elegido presidente de Sudáfrica y empieza a construir una nación rechazando todo intento de venganza hacia aquellos que lo habían perseguido.

Un hombre que vislumbra la posibilidad de unir a su pueblo alrededor de Springboks, un equipo que se convertiría en la selección nacional de rugby, el popular deporte de los británicos, sus antiguos opresores.

Su plan parece una tontería ya que ese equipo había representado la parte blanca y racista de Sudáfrica (solo tenía un jugador negro) y sus seguidores eran los partidarios de la supremacía blanca y del apartheid. Pero este hombre sabe lo que quiere y sabe como hacerlo.

Esta es la historia de Invictus (*), película de Clint Eastwood, con Morgan Freeman interpretando a Nelson Mandela y Matt Damon en el papel de François Pienaar, el capitán del equipo.


En vez de apoyar la idea de quitar la insignia, cambiar los colores del uniforme y hasta el nombre de Springboks, – como querían algunos de los negros que con Mandela llegaron al poder –, Madiba, (el nombre de clan de Mandela y como es cariñosamente llamado por su pueblo), se dedica personalmente a aumentar la popularidad del deporte junto a los africanos.

Invita a un té al capitán Pienaar y le pregunta cómo incentiva a sus hombres antes de un juego. Ante el liderazgo poco inspirador del capitán, Mandela se acuerda de que en la cárcel encontraba inspiración en un poema victoriano cuando las cosas se ponían muy feas: “Necesitamos inspiración, François. Porque para construir nuestra nación todos debemos exceder nuestras propias expectativas”.

Después de esta conversación, se produce un cambio de estrategia: a los atletas se les pide que dediquen algunas horas a enseñar el deporte y sus reglas a ninõs de comunidades pobres, además de entrenarse.

Los cambios logran unir a la población. Y es con este espíritu, animado por el apoyo conquistado, que el equipo mejora su potencial y llega a la Final de la Copa Mundial de Rugby, venciendo a un fuerte adversario después de un dificilísimo partido.


Al conmemorar el hecho, con una multitud exultante no solo dentro del estadio sino también en todo el país, François es entrevistado por un reportero que comenta la importancia del apoyo de los 63 mil sudafricanos presentes en la victoria.

El capitán, sin titubear, le contesta: “No tuvimos el apoyo de 63 mil sudafricanos, sino de 43 millones de sudafricanos.”

En medio de una gran ovación de negros y blancos, Mandela entra en campo para entregarle la copa a François, agradeciéndole lo que hiciera por el país. Una vez más, el capitán demuestra haber aprendido las lecciones de Madiba: “No, señor presidente, gracias por lo que hizo usted por el país.”

Sin duda, una película emocionante que nos permite acompañar el recorrido de Nelson Mandela, este hombre paciente y determinado que aceptó su destino con serenidad e ilusión, esperando la hora justa de tomar las riendas de su vida y reconducir a su pueblo rumbo a un sentimiento de autoestima y reconciliación con su historia…

…Y que jamás se ha olvidado de la inspiración del poema Invictus, repetido como si fuera un mantra: “Le doy gracias a los dioses por mi alma invencible. Yo soy el amo de mi destino. Yo soy el capitán de mi alma.”

(*) La película es basada en el libro El factor humano, de John Carlin, que relata esta historia real.

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martes, 16 de noviembre de 2010

Elige los cortos que más te gusten

Los Insistentes

El profesor Baltasar Pena Abal, de nuestro Instituto Cervantes de Río de Janeiro, ha creado el blog Charla en Español para compartir experiencias entre todos los alumnos.

Entre las actividades que ha propuesto, hay un concurso para elegir los mejores cortometrajes en español de entre los que se encuentran en la Red, especialmente en las páginas notodofilmfest y solocortos.

Para facilitar la elección, él nos ha preparado una lista con algunos videos. Si quieres participar vete al blog.

Además de otras noticias y curiosidades, el blog presenta en la sección Lengua y Cultura diversos videos con canciones sobre comunidades autónomas, provincias y ciudades españolas.

También nos ofrece un artículo sobre la nueva edición de la Ortografía de la Real Academia Española anticipando los cambios que se publicarán antes de Navidad. En esta nueva edición se muestran las innovaciones y actualizaciones respecto a la antigua edición de 1999.

¡Vale la pena la visita! Leer más...

jueves, 11 de noviembre de 2010

Grecia: una aventura en medio de un alfabeto desconocido

Laura Freitas

Dos hechos me dan ganas de viajar: ver películas sobre lugares y escuchar relatos de viajes.

Carolina Vital (la responsable de la identidad visual de nuestra revista) nos contó su lindo y reciente viaje a Grecia, entonces me acordé de que allí, más que una lengua, encontré un alfabeto desconocido.

Su relato me ha despertado las ganas de volver para sentir de nuevo la sensación de no poder escribir ni tampoco leer, como me sucedió hace más de diez años cuando fui a casa de María, en Atenas.

María es brasileña, hija de un griego, el señor Suriadakis, que había vivido por más de treinta años en Brasil, y después de hacerse rico, volvió a Grecia para casar a su hija con un marido griego, al cual se le pagó una voluminosa dote.

María me recogió en el aeropuerto y al día siguiente me llevó a una agencia de turismo, que preparó los itinerarios: La Acrópolis, el Partenón, el Templo de Poseidón, etc.

La tierra de los dioses del Olimpo me daba lecciones de clasicismo y mitología, mientras un tráfico denso y anárquico me volvía loca.

Todos los días, iba con mi cuaderno en las manos donde María había escrito las dos ubicaciones: la de su casa y la de la agencia. Cogía un taxi e iba de la Plaza Amerikis (casa de mi amiga) hasta la Plaza de Sontagua (donde empezaba y terminaba cada itinerario).

Las dos plazas fueron por algún tiempo mis puntos de contacto con el mundo griego.

Claro que pisar la tierra de Zeus era un sueño, mientras que disputar y compartir el taxi - costumbre griega - era difícil, puesto que yo no comprendía nada.

El taxista me conducía a través de los escritos de Maria y por casualidad, me dejaba un poquito lejos de mis puntos de llegada y partida, (¡qué mal!).

Por supuesto, en seguida se produjo el pase mágico y superadas las dificultades, me dediqué a contemplar la belleza y el esplendor que a los griegos y a nosotros turistas siempre nos encantan. Leer más...