domingo, 25 de mayo de 2014

La Historia, las personas y la música


Continuamos con la serie "Semblanzas", dedicada al recuerdo de los seres que nos antecedieron y  que dejaron en nosotros un recuerdo imborrable. A través del recorrido de sus vidas podremos conocer un poco más sobre la Historia del siglo XX . Porque son las personas que no suelen salir en las enciclopedias las que construyen la Historia (con mayúsculas) y con ella forjan nuestro destino.

En "Los Insistentes" estamos preparando ya los relatos que nos ayudarán a entender la Historia contemporánea del Brasil.

Que su recuerdo en esta sección sirva de humilde homenaje para todos ellos, que tanto nos enseñan con su ejemplo. Aquellas personas que tanto nos marcaron siguen proyectando en nosotros su luz y nos ayudan a iluminar nuestra existencia.

¡Anímate a mandarnos tu relato!

Hoy publicamos el texto de Severiano Gil, escritor, músico, actor, productor de programas de televisión y gran comunicador.  En "La Historia, las personas y la música" nos cuenta la vida de su abuelo, un hombre que supo aprovechar con alegría y espíritu de aventura el regalo de vivir. Desde tierras extremeñas partió para descubrir nuevos paisajes y forjarse un nuevo destino en el enclave africano de España, primero en Nador (actualmente Marruecos) y después en la hermosa ciudad española de Melilla.

Verás...

Severiano Gil

Podría empezar esta historia de muchas maneras; podría cumplir esas reglas básicas que obligan al planteamiento-nudo-desenlace que nos enseñaron de pequeños y que, luego, ya mayores, hemos podido comprobar que, si se quiere ser original, no hay que seguir nunca.

Podría...
 
Feria, el pueblecito de Extremadura
donde nació el abuelo del autor
Pero quiero empezar hablando de un niño que nació hace casi siglo y medio, que creció en una zona pobre y subdesarrollada de aquella España –hoy tan lejana para nosotros— y que, en un momento determinado de su adolescencia, decidió escapar, tomar una decisión y hacer que su vida cambiara hasta el punto de acabar influyendo en este nuestro presente de ahora, de hoy, de este momento. Porque, sin la existencia de ese niño de mi historia, ni yo estaría escribiendo esto ni ustedes podrían leerlo.

Feria, en una foto que muestra
su hermoso castillo
Fue en el verano de 1895, a finales del tórrido mes de julio que, en Extremadura, es más tórrido si cabe; el escenario, el pequeño pero peculiar pueblo de Feria, situado justito entre Zafra y Badajoz, apartado a un lado del camino, con su torre enorme del castillo dominando el cerro en el que se desparrama el caserío blanco de su urbanismo, capaz para tres mil almas más o menos.   

Dura época aquella, como pueden imaginarse, que además llevó parejo otro fenómeno no menos interesante de estudiar, además de la debacle expropiatoria de Mendizábal y siguientes:

Ya había hecho su aparición en el escenario patrio, como sabrán ustedes, los planteamientos de la Institución Libre de Enseñanza, sustentada en las coherentes y equilibradas ideas de Giner de los Ríos, y la escuela seglar y pública se abría paso donde la dejaban. La reacción no se hizo esperar, y la Iglesia contraatacó fundando escuelas imbuidas del espíritu misionero de salvación de las almas amenazadas por el anticlericalismo. Como éstas fueron a ocupar los espacios dejados vacíos por la insuficiencia de medios de la Institución seglar, el resultado fue que, de buenas a primeras, la España rural, secularmente abandonada a su propio destino, vio nacer en su seno un número de escuelas tal como nunca antes se había dado en la Historia.
 

Una fotografía de la época que retrata un día de clase en una escuela rural.
Éste es un fenómeno digno de una mayor difusión que la que se le suele otorgar; porque, como caso raro en nuestros lares, de un enfrentamiento ideológico de tal calibre –estaba en juego la hegemonía de la Iglesia y la irrupción de la secularización que la sociedad pedía a gritos— surgió el beneficio indiscutible de la formación escolar de un gran número de españoles, independientemente de la información subliminal de si se rezaba el rosario antes de clase o si se excluía la fe al estudiar la evolución de Darwin.
 
 El resultado fue el aumento exponencial del índice de alfabetización en los párvulos y niños y, la consecuencia, lo que seguiremos relatando.

Aquel chicuelo con el que empezamos la historia tenía seis años en 1901, y, en Feria, su pueblo, se había instalado ya una de aquellas escuelas esparcidas por las diócesis en el intento de sembrar buenas conciencias cristianas, allí donde el cultivo laico no había ocupado el terreno fértil del analfabetismo.


El abuelo del autor.
Los dos llevan el mismo nombre:
Severiano Gil.
Huelga decir que nuestro infante entró a formar parte del alumnado de aquella pequeña academia dirigida por un fraile al que, todavía, se le rinde homenaje en el pueblo. Era gratuita la enseñanza impartida, a no ser que el padre del alumno dispusiera de abundancia de posibles, como se llamaba entonces al vil dinero. El resto, la mayoría, pagaba en especies: una gallina, un pollo colorado, un par de perdices, una tripa de buen chorizo extremeño, más el derecho anual al engorde de un gorrino, otorgado por el Consejo vecinal al pobre fraile que, con más tesón y voluntad que medios, se echaba sobre sus espaldas la formación intelectual de la chiquillería. 


La música llegó a la vida del niño "Bolsicos"
para no abandonarlo nunca.
Nunca se sabe qué consecuencias tendrá, a la larga, cualquier decisión del presente; nadie puede conocer el futuro –salvo los meteorólogos, y con las limitaciones que conocemos; pero no medió voluntad alguna en nuestro niño, me consta, a la hora de complementar su formación escolar básica con el estudio del Solfeo. Y aquí aparece por vez primera la Música en este relato..., y ya no lo abandonará jamás. 

Porque demostró tal capacidad para la lectura e interpretación de partituras que, inmediatamente, gozó de la especial atención del maestro, que pudo ver cómo, años después, alrededor de 1909, aquel alumno aventajado era capaz, con sólo 11 años, de interpretar, completa, una misa cantada, el sumun de la liturgia religiosa de entonces.

La trágica carencia de organistas, imprescindibles para las reglas del culto católico de entonces, aceleró el proceso, y nuestro pequeño, al que ya conocían en el pueblo como Bolsicos por su manía de llevar ambas manos metidas en los bolsillos, se convirtió en organista no sólo de Feria, sino que, acompañado por su hermana mayor –que contaba 14 años, se recorría los demás pueblos de la comarca a lomos de una mula para poder asistir musicalmente al oficiante en las preceptivas misas cantadas señaladas por el calendario litúrgico.
  
No se podía negar que el muchachito tenía aptitudes, y a la práctica de su condición de organista oficial siguió la ampliación de sus estudios musicales hasta donde llegaba el nivel del fraile que, más por deferencia que otra cosa, diré que se llamaba don Francisco Becerra.

Continuará...

Si te ha interesado el relato, puedes seguir leyendo la historia del abuelo de Severiano:
 
Una de las bellas calles de Melilla
La historia del abuelo de Severiano solo acaba de empezar. Su nieto nos cuenta cómo, casi por casualidad, el niño llamado "Bolsicos" se enamora de la música y gracias a ella inventa su propio destino, que se desarrollará en Nador y Melilla, ciudades que se hallan en el norte de África. El joven Severiano se convierte en músico del ejército y profesor de piano de una joven llamada Herminia, nacida en Orán. Severiano y Herminia son los abuelos de nuestro querido amigo Severiano.  

¿Quieres leer todo lo que le pasó en una vida repleta de alegrías y aventuras? Abre el archivo y empieza a disfrutar...
 


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