Por Paulo Henrique Andrade

A pesar de sus delirios y de las tormentas, el viaje transcurrió sin problemas, y en seguida nuestro héroe se puso compulsivamente a leer.
Leía día y noche, hasta sudar litros de agua.
A él le gustaban los libros de filosofia y teatro de la Grecia Antigua, además de los clásicos de la literatura china, persa y árabe.
En resumen, se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.
Y entonces se quedó al mismo tiempo loco y eufórico. Quería llegar a Buenos Aires, pero la embarcación naufragó cerca de la Bahía de Guanabara. Asustado, nadó hasta la costa y así descubrió Río de Janeiro, esta fabullosa ciudad perdida que parecía flotar entre la floresta, las montañas y el mar.
Desnudo a causa del naufrágio, fue cercado por una tribo de indios tupis, que estaban también


Creyendo que se trataba de un legítimo noble español, el comandante portugués le regaló a Quijote nuevas ropas muy finas y suntuosas, y le ofreció a él y a su joven esposa un cuarto en su propia casa.
"¡Un milagro!" - pensó el loco caballero.
A partir de ahí, se puso a escribir compulsivamente: cuentos, poesías, romances, leyendas y historias infantiles. Escribía hasta que las manos se le estremecían y sus ojos giraban en sus órbitas.
Para disgusto de su esposa, no se duchaba, no dormía, casi no comía. Entraba en delirios creativos y no conseguía parar.
La locura volvía una vez más a Quijote, pero eso es una otra historia...
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