Desde su hacienda en un pueblo de Asturias el capitán Jonás de Aquino controla no solo todo lo que pasa con la siembra y la cosecha del maíz, sino también a sus tres hijas. Es un hombre de poco hablar y mucho hacer. Cuando se murió su mujer las niñas eran muy pequeñas. Alto, fuerte, pelo negro, ojos castaño oscuros, es un poco rudo y no le gusta la gente de fuera de sus cercanías. Cuida a las niñas con mucho cariño, pero con rigor. Isabel, la mayor, es muy amable, el mes pasado cumplió 17 años. Soledad tiene 16 años, es una chica muy guapa, vive en las nubes, es romántica y soñadora. Actualmente es la mayor preocupación de su padre. La hija menor tiene apenas 12 años y solo piensa en jugar, lista, sonríe de todo y no hace caso de quien no la aprecia.

A Sole le encantó la idea de ser la “Dulcinea” de alguien.
La vida en el pueblo siguió plácida y tranquila hasta que llegó una compañía de teatro.
Todos querían ver la obra que se representaba. Decían que era fascinante.
Las chicas del capitán también deseaban verla, pero él no les hacía caso. Hasta que Sole deliberadamente tomó la decisión de ponerse de acuerdo con el protagonista del libro de Cervantes que “en resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.
Las chicas del capitán también deseaban verla, pero él no les hacía caso. Hasta que Sole deliberadamente tomó la decisión de ponerse de acuerdo con el protagonista del libro de Cervantes que “en resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio”.
Jonás no
quería perder la autoridad delante de sus hijas pero tampoco podía aceptar que Sole
enfermara: no sabía qué hacer.

Al día
siguiente se presentó en casa de Sole y a su padre no le quedó más remedio que
permitir la presencia de un extraño en su casa. Cuando él la miró, se dio
cuenta de que aquellos brillantes ojos azules le hablaban de una vida que no
había vivido hasta ese instante. A los 35 años nadie le había causado tamaño efecto. Sintió como si se le hubiera encendido todo
su cuerpo, y no le quitaba ojo de encima. Ella, por su parte, parecía ajena a
todo por culpa de la debilidad…, y no le
hizo caso. Él volvió a aquella casa a diario por dos semanas, pero aun así ella no
reaccionaba.
Pensó en una forma de sacarla de ese lío en el cual ella se había metido. E inspirándose en el espíritu de D. Quijote, dijo: -Yo soy un artista, puedo ser lo que quiera.
Pensó en una forma de sacarla de ese lío en el cual ella se había metido. E inspirándose en el espíritu de D. Quijote, dijo: -Yo soy un artista, puedo ser lo que quiera.
En ese momento, se puso el traje medieval, con visera,
babera, peto, manopla, rodillera, greba, espuelas, celada, y todo lo más que
pudo, cogió un caballo en préstamo, y se fue a buscar a su amada. Sole todavía
estaba confusa, pero se dio cuenta, finalmente, de que su gentil caballero había
venido a rescatarla.
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